"En 1937 detuvieron a Ivánov. Lo volvieron a
interrogar largamente y luego lo metieron en una celda sin luz y se olvidaron
de él. Su interrogador no tenía ni la más mínima idea de literatura y su
principal interés era saber si Ivánov había mantenido reuniones con la
oposición trotskista. Durante el tiempo en que permaneció en su celda Ivánov se
hizo amigo de una rata a la que puso el nombre de Nikita. Por las noches,
cuando la rata aparecía, Ivánov sostenía largas conversaciones con ella. No
hablaban, como pudiera suponerse, de literatura ni mucho menos de política sino
de sus respectivas infancias. Ivánov le contaba a la rata cosas de su madre, en
la que solía pensar a menudo, y cosas de sus hermanos, pero evitaba hablar de
su padre. La rata, en un ruso apenas susurrado, le hablaba a su vez de las
alcantarillas de Moscú, del cielo de las alcantarillas en donde, debido al
florecimiento de ciertos detritus o a un proceso de fosforescencia inexplicable,
siempre hay estrellas. Le hablaba también de la tibieza de su madre, de las
travesuras sin sentido de sus hermanas y de la enorme risa que estas travesuras
solían provocarle y que aún hoy, en el recuerdo, le dibujaban una sonrisa en su
escuálida cara de rata. A veces Ivánov se dejaba llevar por el abatimiento,
apoyaba una mejilla en la palma de la mano y le preguntaba a Nikita qué sería
de ellos. La rata entonces lo miraba con unos ojos tristes y perplejos a partes
iguales y esa mirada hacía comprender a Ivánov que la pobre rata era aún más
inocente que él. Una semana después de haberlo metido en la celda (aunque para
Ivánov más que una semana había pasado un año) lo volvieron a interrogar y sin
necesidad de golpearle lo hicieron firmar varios papeles y documentos. No
volvió a su celda. Lo sacaron directamente a un patio, alguien le pegó un tiro
en la nuca y luego metieron su cadáver en la parte de atrás de un camión."
Bolaño, Roberto. 2666, La parte de Archimboldi, p. 909-910.
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